En un informe sobre Túnez de septiembre de 2010, el Fondo Monetario Internacional destabaca el “nuevo ímpetu para las reformas estructurales” que exhibía el Gobierno. Tres meses después, un joven desempleado con estudios universitarios se inmoló porque la policía le había quitado su venta ambulante de verduras y estalló una revuelta popular de dimensiones desconocidas en el mundo árabe. En la web del FMI, al pie del informe elogioso sobre los avances macroeconómicos de Túnez, un tal Rob Prince escribió hace unos días el siguiente comentario: “Muy bien, pero cómo explican ustedes la actual revuelta en el país? Algo falta en su análisis”.
No. No faltaba nada. El análisis era técnicamente impecable. El régimen, además de aplastar las libertades civiles con la aquiesencia de Occidente y saquear las arcas del Estado, estaba apretando sin contemplaciones el cinturón a los ciudadanos para garantizar los pagos a los acredores internacionales. Y la sociedad terminó por estallar. El 14 de enero, el dictador Ben Alí huyó del país. Cinco días después, mientras la muchedumbre seguía exigiendo en las calles una vida libre y digna, la agencia Moody’s empeoró la calificación de la deuda tunecina, de Baa2 a Baa3, y su diagnóstico pasó de “estable” a “negativo”. ¿El motivo? La “incertidumbre”. El viernes pasado, otra agencia, Fitch, también bajó de “estable” a “negativo” el estatus de Egipto mientras cientos de miles de ciudadanos reclamaban en las calles libertad y dignidad.
Un día antes, el 27 de enero, la tercera gran agencia, Standard & Poor’s dictaminó que las “inquietud política” podría extenderse a Argelia, Jordania y Marruecos. La agencia no cree que vaya a producirse una “ola de inestabilidad regional”, pero advierte de que los ratings de deuda de esos países están sufriendo una presión a la baja por algo al parecer más grave: porque los gobiernos “están tratando de moderar o prevenir el descontento popular con medidas para tratar de estabilizar o bajar los precios de los alimentos y los combustibles”. O sea, se están desviando de las recetas del FMI para intentar apaciguar a los ciudadanos.
Los análisis de las agencias de calificación y las revueltas en Túnez y Egipto simbolizan la brecha extraordinaria que puede llegar a existir entre las expectativas de los mercados y las de los seres humanos.