Un amigo de Albada ha ido a abrazar la muerte de manera libre y
voluntaria. Creo que a todos nos hubiera gustado tenerlo más con
nosotros, pero su voluntad y su dignidad eran tan grandes como la pasión
que durante toda su vida puso por conseguir una sociedad más justa, más
utópica.
En la noche del martes, cinco de julio, recibí el último
artículo de Antonio Aramayona con el que se despedía de todos sus
amigos. Lo conocí en el Instituto Pablo Gargallo, él de profesor de
Filoso
Recibí noticias tuyas lejos del sol
que descansó en el horizonte de tu vida.
Tu última enseñanza la recibí de noche,
profesor de la ética y utopía,
esa que no anhela imposibles,
sino defiende lo cabal, lo perfecto
según palabras de tus labios.
Antonio, amigo, permite que narre
el dolor, la puñalada que tu muerte digna, libre,
a semejanza de tu digna vida,
penetró muy adentro, poco a poco, igual que escarcha
que helara el corazón.
Saber que tu derecho,
ese por el que dispusiste de una vida
volcada hacia la justicia, la lucha,
la libertad del semejante,
coincidiera con el último aliento
compensó, leve, la queja
del alumno que al maestro pierde.
‛Ha llegado mi momento’, citas en tu carta,
‛ni pronto ni tarde: cuando quiero’.
Tu recuerdo, la bondadosa fisonomía
del Juan de Mairena redivivo,
desarma la tristeza, la congoja
de mi rostro y, puede que con esfuerzo,
una sonrisa pugna
por emerger, tal como querrías.
Tu última lección es clara como el agua:
Un hombre es libre si hasta el final lo quiere,
La libertad no se regala, se conquista.
Hasta siempre, amigo, profesor
de la ética y de la auténtica utopía,
tu vida me enseñó
tanto como enseñó tu muerte.