Inauguración Tertulia

Inauguración Tertulia
Fiesta inauguración

15 febrero 2014

LAS PRÁCTICAS DE BILLY EL NIÑO

El pasado domingo, 9 de Febrero, a página completa, salió una entrevista a uno de nuestros socios en "El Periódico de Aragón". Por su interés creo que merece la pena reproducirla. Félix Tundidor recoge firmas de apoyo a la querella de la juez argentina María Servini para que personajes, como el citado Billy "el niño", paguen por sus crímenes en el franquismo.

Félix Tundidor lleva años alejado de los partidos políticos, centrándose en ganar la objetividad que le exige su trabajo como historiador en el análisis de la España del siglo XX. Pero hubo un tiempo en el que fue militante del Partido Comunista. Y por ello torturado por el régimen franquista. Recientemente supo de la petición de extradición, por parte de la Justicia argentina, de uno de los autores materiales de esas torturas, el exinspector Juan Antonio González Pacheco, alias Billy el Niño. Un nombre y un rostro que no se le olvidará. "Sin rencor", pero con sentido de la Justicia, recuerda el momento en que sus vidas se cruzaron.

Tundidor llevaba trabajando desde los 12 años y en las empresas donde estuvo comenzó a ver "lo indecible". "La gente que luchaba desaparecía y regresaba tras cuatro días, negra de palos. Allí tomé conciencia", recuerda. Y a los 15 años ya militaba en el Partido Comunista, y se hizo
cargo de la Agitprop (Agitación y Propaganda).
Siete años después, cuando oficialmente estaba trabajando como técnico en la base aérea americana, llegaron dos "tipos con gabardina" y le invitaron a acompañarle. No es que le pillara de improviso, sabían que la Brigada Político Social andaba tras sus pasos. Pero el miedo es inevitable. "Tenía miedo, pero controlado. El miedo era a hablar", aclara el historiador.

Al llegar al local de la fuerza policial --no recuerda bien si en la calle Dato o en Laguna de Rins--, le recibió el jefe, Ángel Gilaberte. Le recibió con una pregunta: "¿Dónde está la máquina?". "No sé de qué me habla", respondió él, y llegó el puñetazo. El primero de muchos, que le propinarían el jefe y secuaces como Eulogio Fernández, El legionario, Raimundo Maestro o Cosme Martínez. Tundidor insiste en que no guarda rencor, pero la historia se cuenta con nombres y apellidos.

Por supuesto, sabía perfectamente de qué le hablaba Gilaberte. De la vietnamita, la pequeña imprenta con la que elaboraban documentos y pasquines. Y sí, la tenía él. Pero no lo confesó hasta que un compañero, de los diez que detuvieron, habló para evitar, mantuvo, males mayores.

Mientras llegó la confesión, ni a él ni a sus compañeros les ahorraron sufrimientos. También los psicológicos. La segunda noche, el 5 de agosto de 1963, le presentaron a un joven imberbe cuyo rostro no se le olvidaría. "Lo tengo aquí en la mente, con la cara redonda, los ojos saltones, como de enfermo", recuerda.

Gilaberte trató de engañarle. "¿Conoces a este?", le preguntó. "Es de los tuyos, pero se ha pasado con nosotros. Chulo, nos lo vas a decir todo", le amenazó. Por un momento, el joven retenido dudó. "Pese a ello, seguí en mis trece y no dije nada", afirma, con cierto orgullo.

Con los oídos entrenados por la militancia y agudizados por el miedo, oyó una conversación entre sus captores que le convenció de que le habían intentado engañar. "¿Cómo has venido", le preguntó Gilaberte al joven de los ojos saltones, el que luego sería tristemente famoso con el apodo de Billy el Niño. "He cogido el expreso de Madrid, me hospedo en el hotel Maza", le contestó. El trato familiar convenció a Tundidor de la treta.

Pero no le salvó de las torturas. Billy el Niño observó, "con deleite", recuerda, cómo le machacaron los testículos con un tintero, cómo le colgaron de los pies y le abrieron las plantas a golpes de vara. Y cómo le golpearon con los puños y porras envueltas en toallas. "Las primeras torturas te duelen, luego te vuelves insensible", asegura Tundidor. Tras la clase magistral, Pacheco se fue.

Finalmente llegó la delación y la liberación, aunque comenzó un peregrinar por cárceles y trabajos en los que los torturadores intercedían para que no le contratasen. Buscó su exilio en Barcelona. Queda el orgullo de no haber hablado, pero sobre todo de no haberse quebrado

No hay comentarios: